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La tragedia del terremoto de Lorca acumula muchas desgracias. Las primeras, las vidas humanas que se han perdido y, con ellas, tantos heridos, destrozos, angustias, lágrimas, miedos, etc. Esa sensación de que “aquí no puede pasar” se vino muy pronto abajo ante la gravedad de lo sucedido, en un instante (o dos), de forma inesperada. Nada consuela de estas dramáticas consecuencias pero, en medio de la tragedia, se puede concluir que los servicios de emergencia han funcionado con celeridad y prontitud. Quizá el primer aviso, que puso en marcha a los bomberos, la Policía y otros servicios hizo que, dentro de lo posible, se reaccionara con rapidez evitando males aún mayores y rescatando con celeridad a quienes se habían quedado entre los escombros. La previsión no alcanza desgraciadamente a todo pero ha impedido males aún mayores. La situación de muchas personas es ahora lamentable pero, sin quitar a esto un ápice de gravedad, ha habido también una saludable coordinación entre distintas administraciones en la búsqueda de soluciones rápidas. Ojalá todo siga así. Lo inevitable es inevitable pero hay mucho dolor evitable.
En señal de duelo, la campaña electoral ha sido suspendida este jueves. Relativamente, si se me permite, y no sólo porque algunos candidatos se han saltado ese acuerdo como han podido o considerado oportuno y porque otros, con declaraciones institucionales o presencia en Lorca, han sabido combinar las manifestaciones de solidaridad con las apariciones públicas. En la radio, por cierto, he seguido escuchando cuñas publicitarias. Todo ello es seguramente inevitable y, desde luego, más vale ver a los candidatos cerca y atentos a un problema real que en las discusiones habituales de su particular burbuja.
La jornada del jueves, por tanto, se ha distinguido no tanto por la ausencia de campaña sino por la ausencia del exagerado tono de crispación e insultos que todavía se escuchaban mientras retumbaba la tierra en Murcia. Los que han seguido manteniendo la cobertura de la prensa, incluso los que la han buscado en las circunstancias del momento, han tratado de cuidarse de un tono que, a mi juicio, no se justifica en ningún caso. Queda ahora la duda de si, tras la tragedia, alguno de ellos recapacite y concluya que algunos excesos –los que se evitan en la solemnidad- no tienen cabida ya hasta el próximo 22 de mayo.